Los vestigios de una historia grande y una naturaleza vigorosa atraen la atención hacia Cuenca, Ecuador, como hacia el reflejo de una esmeralda en medio de Los Andes.
Enclavada en la sierra sur ecuatoriana, esta ciudad pequeña, con 400.000 habitantes, situada a poco más de 2.500 metros de altitud y a unos 400 km de la capital ecuatoriana, Quito, fue fundada en 1557 por el virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza. Y de esa época colonial es el enorme legado de edificios religiosos que dibujan el estilo de la ciudad, cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999.
Esa “nueva” y española, Santa Ana de los Ríos de Cuenca -según su nombre original-, fue asentada sobre la antigua Tomebamba, cuna del inca Huayna Capac y segunda capital del imperio incaico. La memoria inca perdura hoy en el río Tomebamba que parte la ciudad en dos, como una metáfora de su historia. Una historia que se teje en el espacio reducido de su centro donde se aglomeran gran cantidad de iglesias. Entre ellas se destacan la Catedral de El Sagrario (vieja), la Catedral de la Inmaculada Concepción (nueva) y la iglesia de San Blas, que combinan el ladrillo y el mármol de sus fachadas en una mezcla curiosa de neoclásico con barroco.
Muchas de las piedras que forman los cimientos de estas iglesias fueron extraídas por los españoles de los templos incaicos de la antigua Tomebamba. Aunque, en realidad, los templos más antiguos pertenecen a los monasterios de las Conceptas y de la Asunción, ambos del siglo XVI y símbolos de la religiosidad cuencana. Con la influencia de estas formas de arquitectura religiosa, las casas particulares, adornadas con molduras, columnas, pilastras y capiteles de diversos estilos, y las serpenteantes calles adoquinadas, le dan al casco antiguo de la ciudad un aspecto señorial, similar al que tenía hace cuatro siglos.
Belleza salvaje
Los límites de la ciudad son las fronteras con la naturaleza más enérgica. A 30 kilómetros de Cuenca se abre el espectacular Parque Nacional El Cajas, de frondosa y exuberante vegetación y más de 230 lagunas. La carretera Cuenca-Molleturo-Naranjal, atraviesa el parque y permite el acceso en coche a servicios de albergue en la laguna Cucheros, a un centro de interpretación o información en la laguna Toreadora y a un centro administrativo en Illincocha. También se puede ir en buses que parten de Cuenca a menos de un euro el billete.
Esta maravilla silvestre guarda una actividad silenciosa y, a su manera, emocionante: el aviturismo o avistamiento de aves. En Ecuador existen 1.614 especies de aves, el 20 por ciento de las reconocidas en todo el mundo. En el parque de El Cajas hay 150 especies diversas y exóticas para ser observadas en su hábitat. Pero la oferta natural tiene también otras caras completamente opuestas y atractivas: a 15 kilómetros de Cuenca se encuentra el desierto de Jubones.
Allí el paisaje cambia radicalmente: el terreno seco, apenas poblado por arbustos ralos deja al descubierto inquietantes reptiles y aves adaptados al clima límite. Y más cerca aún de Cuenca, a 8 kilómetros, afloran desde una de las innumerables fallas geológicas que se abren en el subsuelo ecuatoriano las aguas termales de Baños. Allí se han instalado piscinas, saunas, baños turcos y el equipamiento deportivo completo para disfrutar de una reconfortante jornada de ocio-relax.
Los vestigios de una historia grande y una naturaleza vigorosa atraen la atención hacia Cuenca, Ecuador, como hacia el reflejo de una esmeralda en medio de Los Andes.
Enclavada en la sierra sur ecuatoriana, esta ciudad pequeña, con 400.000 habitantes, situada a poco más de 2.500 metros de altitud y a unos 400 km de la capital ecuatoriana, Quito, fue fundada en 1557 por el virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza. Y de esa época colonial es el enorme legado de edificios religiosos que dibujan el estilo de la ciudad, cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999.
Esa “nueva” y española, Santa Ana de los Ríos de Cuenca -según su nombre original-, fue asentada sobre la antigua Tomebamba, cuna del inca Huayna Capac y segunda capital del imperio incaico. La memoria inca perdura hoy en el río Tomebamba que parte la ciudad en dos, como una metáfora de su historia. Una historia que se teje en el espacio reducido de su centro donde se aglomeran gran cantidad de iglesias. Entre ellas se destacan la Catedral de El Sagrario (vieja), la Catedral de la Inmaculada Concepción (nueva) y la iglesia de San Blas, que combinan el ladrillo y el mármol de sus fachadas en una mezcla curiosa de neoclásico con barroco.
Muchas de las piedras que forman los cimientos de estas iglesias fueron extraídas por los españoles de los templos incaicos de la antigua Tomebamba. Aunque, en realidad, los templos más antiguos pertenecen a los monasterios de las Conceptas y de la Asunción, ambos del siglo XVI y símbolos de la religiosidad cuencana. Con la influencia de estas formas de arquitectura religiosa, las casas particulares, adornadas con molduras, columnas, pilastras y capiteles de diversos estilos, y las serpenteantes calles adoquinadas, le dan al casco antiguo de la ciudad un aspecto señorial, similar al que tenía hace cuatro siglos.
Belleza salvaje
Los límites de la ciudad son las fronteras con la naturaleza más enérgica. A 30 kilómetros de Cuenca se abre el espectacular Parque Nacional El Cajas, de frondosa y exuberante vegetación y más de 230 lagunas. La carretera Cuenca-Molleturo-Naranjal, atraviesa el parque y permite el acceso en coche a servicios de albergue en la laguna Cucheros, a un centro de interpretación o información en la laguna Toreadora y a un centro administrativo en Illincocha. También se puede ir en buses que parten de Cuenca a menos de un euro el billete.
Esta maravilla silvestre guarda una actividad silenciosa y, a su manera, emocionante: el aviturismo o avistamiento de aves. En Ecuador existen 1.614 especies de aves, el 20 por ciento de las reconocidas en todo el mundo. En el parque de El Cajas hay 150 especies diversas y exóticas para ser observadas en su hábitat. Pero la oferta natural tiene también otras caras completamente opuestas y atractivas: a 15 kilómetros de Cuenca se encuentra el desierto de Jubones.
Allí el paisaje cambia radicalmente: el terreno seco, apenas poblado por arbustos ralos deja al descubierto inquietantes reptiles y aves adaptados al clima límite. Y más cerca aún de Cuenca, a 8 kilómetros, afloran desde una de las innumerables fallas geológicas que se abren en el subsuelo ecuatoriano las aguas termales de Baños. Allí se han instalado piscinas, saunas, baños turcos y el equipamiento deportivo completo para disfrutar de una reconfortante jornada de ocio-relax.